TLAXIACO, OAX.- Viernes 2 de septiembre
casi a las dos de la madrugada, se escuchan los primeros estruendos en el Cerro
Tierra Roja, enormes piedras ruedan ladera abajo de la comunidad de Santiago
Mitlatongo, Nochixtlán, empezaba una tragedia
para los habitantes de esta comunidad que hoy todos recuerdan con pesar.
El día anterior, una torrencial lluvia
había caído sobre la población, caracterizada ésta por la alta migración de sus
habitantes hacia estados del norte de México y de los Estados Unidos de
Norteamérica en busca de una vida mejor, de acuerdo a las versiones de Celerino
Antonio Bautista López, agente suplente de la localidad en mención en el
momento de la desgracia.
Lo estruendoso del ruido despertó a la
mayoría de los habitantes del lugar, quienes momentáneamente creyeron que se
trataba de un derrumbe normal, pero las dimensiones verdaderas se visualizaron
al amanecer cuando los pobladores se percataron que las piedras que se habían
desgajado eran de varias toneladas de peso y que el cerro prácticamente se
había desbaratado.
Fue entonces que la preocupación por
parte de los pobladores inició, según narró Eutimio López Benito, agente
municipal en ese entonces de Santiago Mitlatongo al afirmar que de un aparente
derrumbe normal, pasó a un fenómeno natural que de acuerdo a los geólogos que
han visitado la comunidad, jamás se había visto en ninguna parte del mundo y
menos aún en medio de una localidad.
Los primeros minutos de ese día pasaron
en medio del temor y de la zozobra sin que los habitantes se imaginaran que las
dimensiones serían mayores a lo que la imaginación de los pobladores pudieron
creer en los inicios de ese día, pues al paso de las primeras horas, los
estruendos continuaron y en ese momento cada minuto que transcurría,
representaba ya un peligro que los lugareños permanecieran en la localidad.
Con un nudo en la garganta, pues por
primera vez comprendimos el gigantesco poder de nuestra madre naturaleza,
ingresamos a la comunidad de Santiago Mitlatongo guiados por Abel Núñez
Villanueva quien paso a paso nos iba mostrando los daños colaterales que este
fenómeno ha causado en medio de las viviendas por demás lujosas que los
habitantes que han emigrado a Estados Unidos, habían construido.
Conforme transcurrieron los minutos
mayor conciencia cobrábamos pues Abel Núñez Villanueva, a quien el agente
municipal Eutimio López Benito comisionó para que nos llevara al lugar del
desastre, nos iba contando que los campesinos habían perdido el noventa por
ciento de sus pertenencias entre ellas, los granos básicos como son el maíz y
el frijol, vitales en la alimentación de los mismos.
Con las miradas inocentes y sin
comprender aún la realidad, en la entrada de la población Gilberto y Adelina,
de no más de 4 años de edad, con las ropas rasgadas y sucias, y un pequeño
cuaderno en el que tal vez retratan la realidad, sentados sobre un tronco seco,
comentan con sus voces esperanzadoras que ellos estudiaban en el centro de
educación preescolar en medio de la población, y que hoy a más de un año de la
desgracia prácticamente ha quedado en escombros pues la naturaleza nada ha
respetado, y todas, absolutamente todas las viviendas, oficinas e instituciones
presentan algún tipo de daño que impide que sean todavía útiles.
Ya en medio de lo que fue el poblado de
Santiago Mitlatongo, mayor fue nuestra sensibilidad al descubrir que Rosibel,
otra niña de cinco años caminaba solitaria cruzando los peligrosos terrenos que
presentan cuarteaduras que en ese lugar se tornan interminables.
Nuestro guía Abel Núñez Villanueva nos
comentó que la escena se repite todos los días pues a pesar del tiempo que ha
transcurrido algunas familias aún se rehúsan a abandonar por completo lo que en
algún tiempo fue su hogar.
Hoy a más de un año de la desgracia
natural que destruyó toda el pueblo de Santiago Mitlatongo, los maestros de las
escuelas de la comunidad aún siguen exigiendo la construcción de escuelas para
impartir sus clases ya que en plena temporada invernal, los alumnos reciben su educación
en galeras que fueron habilitadas pero no presentan las condiciones dignas para
los estudiantes.
Por. Nicolas Cruz García
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